En su descenso va dibujando una brillante y dorada estela sobre la superficie del agua y tiñendo de rojo el cielo donde nubes cenicientas y malvas en forma de desgarradas ráfagas, se funden con el fondo del mismo creando una amalgama de diversas tonalidades.
Un fino manto oscuro va paulatinamente cubriendo la ciudad donde, en perfecta sincronización, se van encendiendo las luces de neón de los restaurantes y bares, así como la hilera de farolas que bordean el río y, poco a poco, como saboreando delicadamente esta transformación, se va envolviéndo Ayamonte en la magia y el embrujo de la noche.
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